martes, 11 de febrero de 2014

El kiosko del viejo pelao


Esta anécdota es tan mía como lo podría ser de cualquiera. Pasó cuando yo era aún muy niño y estaba en la etapa básica del colegio. Mi padre, como todos los días, me había ido a buscar al colegio, del que salía cuando estaba anocheciendo. Aunque era bastante tarde siempre había tiempo para comprar láminas para el álbum del mundial y también para cambiarlas en el Kiosko del viejo pelao.
Ya me faltaban pocas, si que fui a ver si tenía suerte y encontraba una que no tuviera en mi posesión.
- Hola mijo, ¿Cómo está?
- Bien, vengo a ver laminitas.
- Acá está la carpeta.
Y me puse a revisar, mientras mi viejo conversaba con el caballero los temas típicos cuando dos personas no se conocen y quieren mantener distancia. El clima, lo cara que está la vida, que antes los jóvenes…
Estaban en eso cuando llega una señora ansiosa y lanza la pregunta:
- Señor, ¿Pasa por acá la 244?
- Señora mía, con todo respeto, no le pienso responder.
- Oiga no sea roto, yo le pregunté de buena forma.
- Eso está claro, pero no le voy a responder.
- Por lo menos explíqueme la razón.
Mi papá se puso incómodo y yo, curioso y un poco adicto a las discusiones ajenas, me quedé escuchando.
- Yo este kiosko lo tengo acá hace como 5 años, antes estaba precisamente al lado del paradero. Me costó mucho esfuerzo comprar la estructura metálica nueva, de acuerdo a la normativa vigente de la Muni ¿Me entiende?
- Ya, ¿Pero eso que tiene que ver con mi pregunta?
- No se apure Señora, el que vive apurado, apurado muere. Mi kiosko era re bonito y me gustaba harto. Era más chiquitito, de esos amarillos cuadrados antiguos.
- Sigo sin entender.
- Bueno, un día una Señora tal cual Ud. llegó y me preguntó: ¿Pasa por acá la 239? Y yo que estaba colgando los diarios la atendí. Si, Señora, en este mismo lugar pasa la 239. Dije eso y la mismísima 239 se subió a la vereda, botó un par de árboles, atropelló a un par de viejas y dejó la pura embarrá.
- Creo que voy entendiendo.
- No Señora, Ud. no entiende. La micro infeliz chocó mi kiosko y lo dejó hecho pebre. Todo desparramado y hecho bolsa por el suelo, la inversión de mi vida desparramada por todas partes y nadie me pago ni uno. Si que ahora vez que venga a alguien a preguntarme no le voy a responder ni una cosa.
El viejo pelao se exaltó completamente y movía los brazos de allá para acá con gesto amenazante. Manoteaba el aire como queriendo espantar a la mujer, como quien quiere que un animal se aparte de su camino.
- Y se va también de mi kiosko y no vuelva más por acá si no le va ir mal también.
La Señora, obviamente asustada, se alejó del lugar y le perdí la vista.
El viejo pelao se acercó a mi papá y le dijo en voz baja: - Estás viejas preguntan puras tonteras.
Yo justo terminaba de revisar la carpeta. Aldair, unos de los centrales brasileños estaba escondidito en la última página. 
Fue un buen día para completar el álbum.

No hay comentarios:

Publicar un comentario