Yo que de niño pensaba que eras invencible, yo que te creí todas tus
fábulas y cuentos de sobremanera. Yo que reflexioné todas tus moralejas y, es
palmario, las seguí. Yo que fui el único que buscó a cabalidad tus consejos, me
presento hoy frente al bruñido mármol.
Ya va tiempo de que te has ido y las cosas, de ser vistas por ti, no te
complacerían. Me pregunto ahora, ¿Qué quedó de tu obra?, ¿Adónde se fueron tus
ideas y proyectos?, ¿Dónde estás presente más que en mi recuerdo y en mi mente?
Si fusite el único ser humano al que respeté, quise, admiré y en quien pude
confiar siempre; el hombro amigo con el que conté en mi infancia y
adolescencia, el guía que necesité cuando en mis jugarretas de niño exploraba
el mundo. Pero yaces hoy, al igual que muchos, bajo una lápida donde solo unos números y una frase sosa describen lo que fue tu vida.
¿Y eso es todo? Triste es, por decir lo menos, ver que a la final el
esmero carece de sentido. Sé que descubriste cosas y me dijiste muchas de
ellas, pero por ser inmaduro y no estar preparado para entenderlas se llevó el
viento varias. Hoy quisiera que estuvieras por aquí, que me acompañaras aunque
fuesen escasos segundos. La vida es eterna en cinco minutos dijo un poeta.
Te extraño Tata, en diversas cosas, todos y cada uno de los días en que
a veces me pregunto para que me levanto de la cama, en cada ocasión en que me
siento feliz por algo quisiera contártelo a ti por primero. No te veo, pero sé
que estás por ahí, viejito lindo, te quiero mucho.
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