viernes, 22 de abril de 2022

A7

 Rafael estaba preocupado, no podía encontrar una pequeña libreta en la que iba a anotando todo el proceso. Siempre lo hacía, cada vez que comenzaba un proyecto nuevo iba a su librería favorita y compraba una minúscula libreta A7, color al azar, con hojas croquis y anotaba todo lo que pasaba por su cabeza. Obras de teatro, libros leídos, música escuchada, pensamientos surtidos, líneas que podrían transformarse posteriormente en letras, acordes. Todo. Era el hilo conductor de todo lo que vendría. Desconozco porque elegía un tamaño tan pequeño, quizá el perderlas era intencionado. La adrenalina de la búsqueda era una inyección de epifanías y un pretexto para que le visitáramos y pudiéramos conversar. Pero esta vez fue en serio. El micro diario jamás apareció. Rafael era desordenado, pero siempre en control. Aunque a primera vista las cosas no se vieran, siempre estaban en la habitación que nos señalaba. Buscando y buscando nos dimos cuenta que alguien había irrumpido en la instancia. Faltaba su croquera con dibujos, una radio, el bajo eléctrico que le regalamos en el hospital y, en cambio, encontramos monedas extranjeras entre los cojines de los muebles. Una gargantilla que, supimos después, solo se fabrica en el caribe y un encendedor bruñido y muy antiguo con las siglas G. I. Rafael se volvió loco. Descartó las grabaciones hechas hasta ese momento, fue corriendo a comprar otra libreta y tiró por la borda el trabajo previo. Que alguien hubiese estado, prácticamente, viviendo en una de las habitaciones de su casa pareció no conmoverle. Quien fue o era, seguirá siendo un misterio.

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