jueves, 12 de octubre de 2017

Pálido rostro

Parecía que el niño estuviera llevando el ritmo del toquío, o al menos eso sentía él.
Lo más probable es que la inestable luz de las velas haya provocado una ilusión óptica. El viento soplaba fuerte y a pie enjuto era claro que se había colado por alguna rendija.
Continuó con su trinar y su entonación.
Se dio tiempo para hacer varios floreos y cuando dirigió su vista al bebé, aunque era imposible, creyó por unos fugaces segundos haberle visto abrir los ojos.
Seguramente era su imaginación.
La hora era avanzada, había bebido más de alguna caña de vino y el trayecto había sido largo. Como pudo terminó el verso, en la penumbra.
Para su fortuna la memoria no falló. Se puso de pie, se persignó de frente al niño y de espalda a los compungidos auditores y en silencio hizo una plegaria sin pensárselo mucho.
Al dar la espalda al pequeño, escuchó que le daba las gracias por su canto.
Dio media vuelta y el rostro enjuto y pálido del niño escuetamente le sonrió.

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