martes, 21 de marzo de 2017

Pasen a ver...

Cuando jugábamos Ping-Pong (sí, porque el tenis de mesa es serio) con mi prima, luego de algunos puntos le empezaba a temblar la mano. Un remezón terrible recorría su brazo izquierdo y transformaba sus dedos en tentáculos caóticos de distinta tonalidad roja.
Sin importar el resultado previo los partidos concluían al empezar yo a decirle que podría, a futuro, trabajar en algún circo; como la mujer del tiritón, la niña juguera o la batidora humana.
Para mí era chistoso, para ella un destino terrible que no quería aceptar. Para mis otros primos un espectáculo interesante de ver, pues casi siempre terminaba en una acalorada pelea entre ambos (donde nuestros cuerpos jugaban el rol de pelotas en un paleteo incesante). Para mi madre era una crueldad terrible de mi parte y muchas, muchísimas veces me castigaban sin ver esa azul y reluciente mesa deportiva y profesional, por semanas.
Aún así, cada cierto tiempo volvía a pasar y le predecía el mismo destino: “Te va a llevar el circo” y el resultado era el mismo llanto con moco tendido y paletazos generalizados.
Hoy, más de veinte años después, voy a verla a de nuevo.
Cambió la paleta de Ping-Pong por el trapecio y será la protagonista de varias funciones de un circo de renombre que se encuentra, por ahora, en la capital.

El circo se la llevó, yo lo sabía.

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