Daniza abrió, por fin, el cofre. El sordo golpe dio fin a la
cerradura y aunque sería evidente que había logrado vaciar su contenido por la
fuerza, a esas alturas ya no le importaba en lo más mínimo.
Sabía lo valiosas que eran esas libretas para él. Sabía que el
número de horas de trabajo dedicadas a cada página era mayor que las que había
dedicado a su relación. Sabía que le encantaba guardar sus letras, ver como
cambiaban, ver como “piden ciertas notas y acordes”, que el encantaba almacenar
un “diario de mi espíritu creativo”.
Roció el combustible, que consumió con gran furia todo el
contenido de aquel añoso baúl. La llama alcanzó proporciones dantescas.
Dio media vuelta y se fue para jamás volver.
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