miércoles, 3 de abril de 2019

Maestros de maestros


Tema de reflexión, a nivel personal, ha sido para mí la relación especial que se forja entre Maestro y Aprendiz, por lo que en el último tiempo me he dedicado a preguntar a colegas Payadores, Cantores a lo Divino, Narradores y Poetas Populares que sé han aprendido de tal manera, acerca de como fue que comenzaron a darse cuenta que estaban recibiendo conocimientos por esa vía. Y, obviamente, tomando como informante a mi principal referente, a mi propio Maestro, Alfonso Rubio.

De las muchas acepciones que nos proporciona la Real Academia de la Lengua Española, será empleada como conceptualización del término maestro a aquella: “Persona que enseña una ciencia, arte u oficio, o tiene título para hacerlo”, quedando claro que para constituirse como tal debe generar una relación con respecto a un aprendiz, siendo este definido por la misma fuente de consulta como: “Persona que aprende algún arte u oficio”.

La pregunta que cabe, luego de plantear este marco es, ¿Cómo se enseña (y/o aprende) esta ciencia, arte u oficio en el caso específico del Canto a lo Poeta? Seguramente existirán tantas respuestas a esta pregunta como cultores hay, aún cuando existen ciertos puntos en común que se consideran para evaluar si un aprendiz está bien encaminado.

¿Qué es lo más importante de enseñar para el Maestro y de aprender para el Aprendiz?
Alfonso Rubio, uno de los últimos cultores naturales de la comuna de Pirque, proveniente de una familia con al menos cinco generaciones de cantores a lo poeta, defensor del guitarrón chileno y su ejecución me dijo en una de las primeras visitas que le hice, a fines del año 2011: Yo quizá no le voy a enseñar más música de la que Ud. sabe, quizá Ud. se aprenda más versos que yo. Lo que le puedo aportar es la identidad, la tradición. Poner los dedos, eso se lo puede enseñar cualquiera. El amor por la raíz, eso no se lo puede enseñar cualquiera.

En mis escarceos por este largo, pausado y amplio camino que es aprender los toquíos, melodías y conocer el significado de esta centenaria herencia, me acerqué a Audilio Reyes, quien recibió instrucción del mismísimo Juan de Dios Reyes, su tío, patriarca del guitarrón chileno y precursor de la enseñanza del instrumento en la comuna de Pirque y sus alrededores. Le pregunté en una vigilia realizada con ocasión de la Semana Santa, el año 2013, en el sector Las Parcelas de Pirque: ¿Qué se necesita para ser un buen cantor?, su respuesta fue escueta, pero precisa: Tiene Ud. que abrir harto la boca, cantar fuerte y ser sinvergüenza.
Conociéndole con mayor profundidad y poniendo atención a sus observaciones comprendí que lo que proponía era una correcta modulación, un volumen adecuado y crear un espacio de intimidad con los oyentes de su canto.

En similar situación y ante la misma interrogante Pedro Tapia, Cantor a lo Divino residente en la comuna de El Pedernal, Chincolco, V Región, referente para los cultores de la zona por su inigualable capacidad creativa de melodías en guitarra traspuesta y su amplio repertorio de versos, los cuales “compone” en su memoria, señaló: Da lo mismo si Ud. canta feo, si es desafinado, o no sabe muchas melodías. Ud. le canta a la Virgen, olvídese de la gente, que vienen y van, cuando se le canta a Diosito, él es siempre agradecido.
Con un énfasis mucho más marcado en cuanto a lo devocional y a la fe, denota sus motivaciones hacia las temáticas, “fundamentos” o “puntos” del Antiguo Testamento y del contexto en que nos encontrábamos, la Fiesta del Carmen de El Tebal, en Salamanca. Cabe hacer aquí la observación de que dicha celebración, a la cual acudo desde el año 2014, es de un marcado protocolo; con estrictas reglas en cuanto a las ruedas de canto, los fundamentos a cantar y su orden. Tanto los cantores más experimentados, como Rosendo Vargas, anfitrión de la Fiesta y miembro de una familia donde dicha tradición ha permanecido por casi dos siglos, son los encargados de mantener la esencia y estructura formal de esta alojada.

En el mismo lugar, pero un par de años más tarde, Domingo “Chuma” Fierro, Cantor a lo Divino de El Sandial, Guangualí; me explicaba mientras compartíamos un consomé entre verso y verso: Los más chicos (su hijo Manuel y su nieto Sebastián) han ido aprendiendo mirando y escuchando, esto siempre ha estado en la familia. A cantar se aprende cantando, cantando se aprende a cantar. Por ahí uno aconseja no más.
En el Encuentro Nacional de Cantores a lo Divino de Loica, que tuvo lugar en Enero del presente año en las cercanías de San Pedro de Melipilla tuvimos, como es costumbre, un extenso diálogo con Arnoldo Madariaga Encina, padre de Arnoldo Madariaga López y abuelo de Emma Madariaga, referentes del Canto a lo Divino provenientes de Chacarilla, en cercanías de Cartagena. Aproveché la ocasión para preguntarle ¿Cómo fue aprendiendo todas esas cosas que sabe? Su respuesta fue la siguiente: “Puedo cachiporrearme de haber compartido con antiguos muy sabios. Yo era preguntón igual que Ud. y cuando los viejos veían que uno usaba lo que le enseñaban…Hablaban de Salomón, me aprendía un verso por Salomón o ahí mismo escribía uno, ahí iban dando más. Por eso converso con Ud., siendo tan joven me pregunta cosas que no me pregunta nadie y es importante que quiera aprender. Yo no soy egoísta porque nadie lo fue conmigo.

Faltan, sin duda, investigaciones acerca de esta relación tan única y especial como es la de Maestro – Aprendiz para lograr describirla y descifrarla mejor, haciéndola más visible y otorgándole el sitial que merece. En palabras de Luis “Chincolito” Ortúzar (citado en Rippes Salas, 2018): No hay ninguna rama que de una raíz no venga, ninguna, y hay muchos de estos que a los viejos los miran en menos. Incluso, una persona dijo una vez, un cantor “No, si los viejos deben dar el paso al lado para darle cabida a los jóvenes”.

Personalmente, siento que no hay forma de imbuirse en el Canto a lo Poeta que sea honesta, íntegra y con visión de miras, donde, tarde o temprano, no exista la labor dedicada de un maestro en relación en el trabajo de un pupilo.

Inclusive, puedo asegurar que las cosas más bellas, poéticas, significativas y motivantes que he vivido en mi proceso de aprender no han surgido dentro de los cuatro muros de un aula, ni se han escrito en una pizarra como tarea para la casa. Han aparecido en el compartir, en el cantar en una rueda, en viajes, en invitaciones a almorzar, a reunirse en torno a un fogón un mate o un vaso de vino, con la forma de una reflexión, de una tonada, una cueca, una copla o una décima improvisada.

Tal como antiguamente se formaba a los maestros se siguen, hoy, formando.

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