miércoles, 31 de mayo de 2017

La Cocó

Mi primera novia, Yenia, era un ser caritativo con un alma hermosa e infinita. La recuerdo, cada vez que la recuerdo, con mucho cariño. Además de tener la piel más blanca que he visto en mi vida, de tener unos ojos impactantes que te desnudaban en lo más profundo, su voz me convencía de hacer todo lo que me pidiera.
Cuando la conocí andaba casi siempre acompañada de la Cocó, todo lo contrario a ella. Una mujer promedio por donde se le mirase, el promedio del promedio. No muy agraciada ni en su personalidad, ni en su físico. La típica amiga que todos tienen y la que nadie sabe referirse. Como norma universal es la amiga “simpática”.
Con Yenia lo pasábamos muy bien, creí que era mi alma gemela y a veces hasta el día de hoy lo pienso. Salvo cuando la Cocó hacía mal tercio, con su mutismo absoluto y sus respuestas escuetas que no daban pie a conversación ninguna. Con sus gestos de descontento y sus malos hábitos alimenticios y de higiene.
En una fiesta Yenia me pidió algo que me pareció extraño, pero a lo que finalmente accedí: “Tienes que sacar a bailar a la Cocó, pobrecita, mírala tan sola y sin atreverse a hablar con nadie”.
Dejé a Yenia, no sin antes preguntarle si estaba segura de la idea. Me encandiló con su sonrisa de diosa griega y movió la cabeza con agitación, mostrando su total venia. Le di un beso y marché en busca de cumplir con la misión encomendada.
Me acerqué a la Cocó, que me miraba con descontento detrás de sus gruesas gafas y con sus ademanes de mujer de familia constituida, salvo ella, solo por hombres.
Sonreí y le extendí mi mano: “Quieres bailar?”

“No, eres muy feo para mí”. – Sentenció.

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