domingo, 17 de enero de 2016

Si el Diablo me acompaña

Son poco más de las tres de la mañana, mala hora para caminar por este estrecho pasaje.
Hacía bastante tiempo que no pasaba por aquí a pie, hacía bastante tiempo ya que me había acostumbrado a no observar el paisaje a mi alrededor y sobretodo a no sentir ese gélido miedo que recorre el cuerpo cuando uno está a campo abierto iluminado solo por la luna y por las ganas de llegar luego a destino.
Además solo.
Un par de tragos de más y unas cuantas anécdotas con amigos en el pueblo y todo el sistema se atrasa. Quedarse abajo del bus en la noche es caminata garantizada por al menos un par de horas. Algún alma piadosa podría subirme a su transporte si fuera de día, pero en medio de la noche eso es casi imposible.
No suelo temer a los muertos, que muy ocupados han de estar descansando de todo lo que en vida hicieron. Pero hablar de los vivos es otra cosa.
Dicen que en esta zona andan cuatreros y que son duros.
No los he visto, pero me consta que desaparecen cientos de cabezas de ganado y a más de algún borrachín le han dado una golpiza y dejado sin nada.
Más de algún poblador ha desaparecido sin explicación, dejando viudas o niños a medio criar.
Obviamente al pueblo llegan solo los ecos de estas historias, por falta de testigos, por vergüenza a la burla o por miedo.
Pero cuando el río suena, piedras trae.
Por si las moscas, mejor apurar el paso.
Llegar a casa hoy va a ser un placer gigante.
El ruido de mis pasos sobre el asfalto es lo único que oigo, casi. El silencio se cuela en mis oídos y creo escuchar unos grillos a gran distancia.
A esta hora los pensamientos más raros se te asoman a la cabeza.
La soledad me está visitando seguido.
¿Por qué será que los chicos no me vienen a ver? Tan mal terminó todo con ellos que ni el teléfono suena. Entregué todo para criarlos, si trabajé tanto solo era para que nada les faltara. Pero se fueron.
¿Dónde habrá estado Dios cuando se marcharon?
Silencio sepulcral.
Ni siquiera un auto a lo lejos, ninguna luz en la distancia. Todas las casas muertas.
Cuando era niño hacía esta ruta muy temprano, para ir a trabajar. Volvía cuando el sol se estaba metiendo, me encontraba con todos los chiquillos de la escuela. Me habría encantado ir a la escuela, pero no se pudo. Otra de las cosas en que Dios no me ayudó. Pero si salí malo para el estudio salí bueno para la pega. No hay quien me la gane, aunque ahora en realidad trabajo únicamente para no estar solo. Quizá por eso siempre me atraso en una u otra cosa, para no ver el enorme caserón vacío en que vivo. Sobra el espacio en ese lugar.
Suerte, parece que viene un auto a lo lejos. Se ve alguna luz.
¿Es un auto o no?
La luz se mueve mucho para serlo. 
Por precaución me voy a fondear.
Se escuchan los cascos de caballos. Son muchos. Calculo que diez o doce, por lo bajo.
Se acercan. Buscan entre los árboles del bosque. Están cerca.
Dios ayúdame, si en la vida me has fallado creo que ahora me debieras acompañar. Siempre te rezo y te busco, te trato de escuchar. Quiero seguir tus señales. ¿Dónde estás?
Se acercan. Sin duda son los cuatreros, están a escasos pasos y me han visto. 
Dios nuevamente me abandonó.
Me apuntan con sus pistolas, preguntan donde vivo, me quitan mis pocas pertenencias. 
Dios ni aparece.
Me amarran a un árbol y me dan un par de golpes. Por lo que entiendo me van a usar para practicar su puntería. Se juegan a suertes el turno de quien empieza, el que primero de en el blanco se quedará con mi poncho cacique.
Malditos sean todos.
Dios omnipresente está aquí se supone. O no es omnipresente o no le importo. De todas maneras, soy muy insignificante para él.
Un mocoso de no más de quince años carga su revólver con mano inexperta.
Me olvido de Dios y llamo en el único que me puede ayudar. Ese que si se ha manifestado en mi vida.
Con todas mis fuerzas grito:
- Diablo, aparécete, diablo.
Ríen.
Se burlan de mí.
Recibo un par de golpes.
Nada importa, sé que el sí aparecera. No es una fábula.
- Diablo. – grito nuevamente.
Siguen riendo. Bajan la guardia.
Recibo un golpe en una de las costillas que creo, me han quebrado.
Me quitan los pantalones...
Al parecer su blanco será otro, están en eso cuando un fuerte crujido se oye entre las ramas.
Se asustan.
Apuntan hacia la zona.
Crujidos en otro sitio, todos los cuatreros miran hacía allá. Un grito de uno de los cuatreros.
Desapareció entre la densidad del bosque.
Cada vez con más susto trataban de apuntar, a la oscuridad. 
Sigo gritando: - Ayúdame, Diablo. Dale, Diablo.
Tratan de hacerme callar y uno a uno siguen desapareciendo. El mismo grito y, en la penumbra desaparece otro más. Sé que es el Diablo. Ha venido a acompañarme una vez más. Si el Diablo me acompaña me siento muy seguro.
Solo queda el mocoso ese, sin asomo de barba. 
Tirita y casi está llorando. Está agitado y confundido el pobre chico.
Le pido que me desate. Puedo hacer que se salve si me desata ahora mismo, pero no le interesa. Quiere saciar su sed de matar, como si pudiera él matar al Diablo. 
Rodeado de cadáveres quiere inyectarse valentía, pero la valentía es cosa de hombres y no de niños.
De un salto el Diablo se le tira encima. Le destroza el rostro de un mordisco y luego lo degüella con una rabiosa mordida.
El Diablo es fiero, es fiel y no tiene miedo. Cuando me ve se calma al fin. Lo saludo mientras me intento desatar.
Comienza a ladrar y a gemir como el amigo que es. Es el mejor amigo de este hombre. El perro más leal que he conocido. 
Cuando el Diablo me acompaña, me siento muy seguro.

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