sábado, 30 de enero de 2016

Canta y no llores

El jefe de la banda era un melómano de proporciones dantescas y por eso decidimos darle un regalo a su medida para el día de su cumpleaños.
Entrar en la mansión fue la cosa más simple de la vida en esas condiciones. Éramos allí solo un montón de músicos más, pero que músicos.
Me sentí bastante incómodo con esos pantalones apretados y con ese sombrero, ni hablar.
La trompeta no se me da con facilidad.
Aprendernos las canciones fue casi un juego, aunque para decir verdad lo hicimos muy mal. Un grupo de gatos en celo habría sonado más afinado.
Le cantamos “El Rey” para que su maldito ego se inflara, no hay persona que se crea importante que no baje la guardia ante un adulador.
Otro par de canciones y sacamos los Magnum, que pasaron desapercibidos a ojos de la seguridad como un componente más de nuestra actuación.
Le reventamos la cabeza a balazos a ese perro desgraciado, a su esposa y a sus tres hijos que quedaron desparramados por el suelo.
Los mariachis callaron…
Huir de allí fue la parte más difícil, con mucha suerte y montados en la misma camioneta en que entramos logramos evadir el cerco de matones que había en el portón principal.
Misión cumplida.

Porque cantando se alegran, Cielito Lindo, los corazones…

No hay comentarios:

Publicar un comentario