Luego de eso quería solamente irse a casa, cansado, un poco triste por
que sus líricas ni siquiera fueron entonadas por completo, y además por que no
lograba aún hacer las pases con esa mole de cemento. Otro argumento de mediana
importancia era un partido de fútbol que sería televisado y según las crónicas
era “IMPERDIBLE”.
Pero una cosa llevó a la otra, un amigo que quiere contar una anécdota,
una amiga no vista hace años, una invitación a tomar algo, un cigarrillo aquí o
un abrazo allá.
Las conversaciones se alargan, los consejos aparecen por todo lado. Los
amigos no son tan pocos como el creía y cada quien se le acerca con uno u otro
tema del cual debatir o simplemente compartir.
Y sin saber como, ya se sentía cómodo. Sin preguntárselo su espíritu
decidió expandirse por el sitio. Luego fueron las cuecas, y después el cajón
peruano, unas cuantas payas para practicar y conversaciones acerca del destino
de la música y el arte.
Empezó inclusive a creer que lo querían mucho, pues de uno u otro modo
por primera vez se dio cuenta de que le apreciaban en todas y cada una de las
aristas que eran sus ocupaciones y, mejor aún, por quien en lo interno había.
En esos días fue que empezó a soltarse y valorar lo que podía hacer con
manos, mente y alma.
Y decidió ser feliz dejando que los perros ladren, e incluso a veces deja que lo muerdan.
Pobres perros callejeros y sin pedigree que no tienen nada importante que hacer más que daño; tranquilo, sin embargo, que si un perro ladra la mayor parte de las veces es por miedo.
Y decidió ser feliz dejando que los perros ladren, e incluso a veces deja que lo muerdan.
Pobres perros callejeros y sin pedigree que no tienen nada importante que hacer más que daño; tranquilo, sin embargo, que si un perro ladra la mayor parte de las veces es por miedo.
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