La casa
Muros que todo lo pueden,
cariño que sobrecoge,
fulgores
de mi pasado
tabique y techos recogen.
Terreno donde el azar
sembró la semilla humana,
enclave de ronda y nana
con un materno abrazar.
¿Cuántas vidas empezar
se han visto entre estas
paredes?
Adobes que nunca ceden
ni a golpes, llamas o
sismos,
símbolos de eterno
altruismo,
muros que todo lo pueden.
Yo, que no supe nombrarte,
dejé crecer mis raíces
y en tus baldosas nido
hice,
conquistándote, baluarte.
Levanté mis estandartes
entre tablones que escogen
darme abrigo y que me
acogen
con áspera calidez
mostrando, con candidez,
cariño que sobrecoge.
Yace un recuerdo en la
esquina,
memorias surgen de
aquélla,
evocaciones, sin mella,
alegres, también,
cetrinas.
Lo pretérito ilumina
el camino que, ahotado,
he recorrido y hollado
para ser el que ahora soy,
mientras tutelando estoy
fulgores de mi pasado.
La imagen de mis ancestros,
diáfanamente, revelan
fotos, retratos y esquelas;
les toma el tiempo en secuestro.
Pasan los años, siniestros,
y, espero, no me despojen
de este refugio y me
arrojen
a la impasible orfandad,
mi historia y felicidad
tabique y techos recogen.
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