Pocas veces he visto la
espalda de ese pequeño jeep de color carmesí, hiriéndome con la indiferencia de
no querer despedirse.
Pero cuando sucede me deja con
un nudo en la garganta, con alguna lágrima a punto de estallar y un borbotón de
palabras intensas en la mente.
La visión dura apenas unos
segundos y se extingue entre las curvas y desniveles de la altura de la ciudad.
El llamado a abordaje de algún
vuelo me hace despertar, el chillido de las ruedas de la maleta que empujan mis
brazos agarrotados o el recuerdo de alguna canción que comienzo a tararear por
haberse transformado en el himno de esta estadía.
Cada vez que veo la espalda de
ese pequeño jeep de color carmesí me pregunto: ¿Por qué me voy esta vez?
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