Estaba aún en el sanitario. Recién comenzaba a lavarme
las manos.
Según me había dicho el director tenía que esperar la
primera explosión, la del puente. Esperar al enfrentamiento entre la guerrilla
y el ejército, esperar a que la bandera con la estrella fuera izada y, recién en
ese instante, aparecer en plano.
Estaba relajado, pues sabía que tenía algo de tiempo.
Pero todo se activó antes, escuché el impacto, vi como el puente caía. Pero no
encontraba el sombrero, mugroso sombrero, era casi el único requisito que
exigía la psicología de mi personaje. Me sequé las manos de una carrera, lancé
la toalla en medio del camino y corrí, el maldito sombrero me había hecho
perder mucho tiempo.
¿Has corrido con sombrero? Es un asco, sudas como si fueran
un maldito gordo blanducho. Corrí, corrí y seguí corriendo, porque además el
extra que se encargó de la bandera era un primerizo, se salió de esquema, mandó
todo el ensayo a la mierda y levantó el puto mástil mucho antes.
Llegué apenas, debía encender la mecha de la dinamita y
no pude. Tenía una melaza de agua, tierra y sudor en las manos. El maldito habano
se apagó, el cartucho se me resbalaba. Busqué los fósforos, por pura suerte los
tenía en el bolsillo. Encendí uno, di unas treinta bocanadas al tabaco, prendí
la mecha de la dinamita que insistía en sus ganas de caer.
Estaba nervioso, habían sido claros, teníamos solo una
oportunidad. Una oportunidad...Si la escena no salía habría que volver a poner en pie todo, pieza
por pieza, y eso nos atrasaría, por lo bajo, dos semanas.
No es que haya sido un gran actor, a veces pienso que el
Oscar fue un regalo del cielo. Nada importante hice en la escena que me inmortalizó,
ese miedo era verdadero, los nervios reales, ¿Esa incomodidad? Lo más natural.
Los bastardos no me dejaron terminar de cagar y decidieron
empezar la escena sin mí, el protagonista. Si no hubiese sido por todo eso, el final
habría sido un bodrio, créeme.
Trabajo mejor bajo presión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario