lunes, 10 de septiembre de 2018

Plica


Primero había comenzado como un experimento.
Cuando se aventuraba a alguna ciudad distante de su natal Barokovia enviaba alguna postal, solo con el objetivo de comprobar que el correo funcionara óptimamente. ¿Destinatario? Él mismo.
En su país, había comprobado, la correspondencia llegaba a tiempo, en grandes condiciones de integridad y con un precio accesible. Eso, al menos, cuando era joven.
Hoy, en una patria ajena que no le había sido cordial, no podía comprobar en lo absoluto si las cartas redactadas a Elisa, a su colega Schützel, a su octogenaria madre y a los pocos amigos vivos que el Gobierno de Facto le había dejado; habían llegado a manos de sus anhelantes receptores.
El experimento ya no era tal, era una cosa de vida o muerte.
Escribir comenzaba a perder sentido y, al llevar al lápiz sobre el pentagrama, sus ganas de escuchar el sonsonete del delgado plumín de oro dibujando plicas no le despertaba la misma pasión.
Simplemente, no quería escribir.

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