jueves, 8 de diciembre de 2016

Variaciones del sueño II

Entré al 415 con cautela, sintiendo el puño de la katana en la palma de la mano y acariciándola con los dedos. Nada peor que enfrentar a un cobarde que se alimenta de sombras en plena noche y en un sitio solamente conocido para él. Esperé su movimiento y esperé su movimiento. Repentinamente, al cerrar los ojos, pude ver con enorme claridad. Estaba dentro golpeando a los niños, que no huían sabiendo que podían hacerlo.
Desde esa posición era fácil acabar con él, pero ¿y si los niños tenían el mismo poder que yo y veían la destrucción de este inmundo ser? Sería traumático e irreversible.
Sintieron mi presencia y huyeron a esconderse bajo la cama de otro de los cuartos, notando el cambio de comportamiento de los infantes la bestia huyó a la cocina, donde no le pude alcanzar pues se metió en los tubos del gas.
Adán, Abdón, André, Agustín; algo así era el nombre del niño (me sonó extranjero) se me acercó y me dijo: “A veces uno jugando sale herido, pero no lo sabe hasta que lo hieren”.

La niña me tomó de la mano y me dio comer galletas recién horneadas.

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