En los Domingos nublados pienso en escuchar a Aimi Kobayashi
y rápidamente el clima mejora.
Verba volant, scripta manent.
Cada vez que las veo me preguntó muchas cosas.
¿Cuántos pasajeros le habrán conocido?
¿Cuántos de ellos le habrán perdido?
¿Cuántos anhelan ver su rostro de nuevo?
¿Cuántos jamás volverán a cruzar palabra?
¿Cuántos morirán sin haberlo logrado?
¿Cuántos afortunados tendrán el privilegio de tener en el
asiento de al lado, precisamente, al amor de su vida?
- No cometan el error de verlo como una obligación. No eso, no va por ahí. Cuando lo vean como una obligación, un deber, una tarea… Hasta ahí no más llegamos. En ese momento van a sentir el peso sobre sus hombros y la espada de Damocles sobre vuestras juveniles cabezas.-
El profesor
hablaba con total soltura y emitía un aura contagiosa.
- Véanlo
como una necesidad, cuando necesiten hacerlo, aplíquense. Pero porque Uds.
quieren. No lo hagan solo por cumplir, no se pongan metas de tiempos o un
objetivo. Hagan lo que les gusta, caminen por la playa… Aprovechen que la que
tienen aquí está muy linda… Salgan a pasear a su perro. Fumen algo…- Hizo el
gesto de llevarse un porro a la boca, sin que el resto del cuerpo docente
pudiera advertirlo, sacando risas a todo el auditorio.
-
Disfrútenlo, no importa la hora que sea, donde estén, si están solos o
acompañados; háganlo cuando se sientan bien para agradecer, háganlo cuando se
sientan mal, como terapia. Pero HÁGANLO! A hacer se aprende haciendo.
Si hubiese sabido que cinco minutos diarios de saltar la
cuerda le harían tan bien, sin duda habría comenzado mucho antes.
Se inquietó…
Entró en estado de alarma…
Pensó en algún terrible accidente.
Le preguntó por su estado de salud. Cuando volvió a leer la
publicación cayó en cuenta de que los detalles estaban publicados en una red
social en la que le había bloqueado.
Eso, junto con la insistencia de la musa de decirle que
estaba feliz, le hizo sentirse ridículo.
- “Si ella hubiese querido que me enterara, ya me habría
contado” – Pensó.
Ella estaba de gira, rodeada de amigas y colegas, ponía
fotos bonitas junto a su texto, estaba haciendo lo que le gustaba. Además, si
hubiese estado pasando un mal momento, difícilmente hubiese tenido tiempo de
subir veinte fotos de bitácora.
Se sintió más ridículo.
- “Ok, saludos”-. Fue lo que terminó escribiendo.
No nos dimos cuenta, pensamos que
estaba payaseando, como siempre. Era su forma de afrontar los nervios, cantaba
con una voz ridículamente aguda o hacía su imitación de “Elvis espástico”, como
él decía.
Estábamos instalando el audio,
cuando apareció con su Telecaster roída, sin previo aviso y media hora antes de
lo previsto. Traía una chaqueta con pequeñas piezas de cristal, brillaba como
si un par de soles hubiesen decidido bailar tap. Con cada paso que daba sonaba
como si un grupo de percusión cubano estuviera disfrutando de la más sabrosa
salsa.
Temimos que se tropezara con
algún cable o las herramientas desparramadas en el piso, por lo que el equipo
tomó como prioridad enfocarse en eso. En menos de un minuto estábamos todos en
cuclillas haciendo nuestras cosas mientras él se paró frente al atril y empezó
a manipular los micrófonos.
¿Qué pasó? No tengo idea. Solo
vine a advertir que había problemas cuando vi las chispas en su atuendo,
prácticamente cubierto en llamas. No logré acercarme hasta que ya estuvo
desmayado en el suelo. El golpe, seco, sin reacción de ningún tipo. Le cubrí
con mi cotona y logré apagar las llamaradas. Todo se cubrió de un humo
blanquecino.
Después de eso tengo lagunas, no
recuerdo nada, ni siquiera como o con quien llegué al hospital.