Sin papel, ni mucho menos lápiz, tomaron la estrategia de repetir la
dirección una y otra vez.
Era el único método al alcance para no olvidar donde vivía el viejo
loco de Sanfuentes. Ambas debían llegar allí con celeridad.
- Esmeralda 581 Esmeralda 581…
Iban con el paso acelerado y, a medida que se acercaban al mar,
progresivamente apresuraban la marcha.
- Esmeralda 581, Esmeralda 581…
Paso a paso, producto del declive de la calzada, parecía que adquirían
nuevo impetú. El volumen que producían las olas del mar les obligaba a subir el
volumen de su monótono discurso en forma gradual.
-Esmeralda 581!, Esmeralda 581!!
Al abrirse paso entre la gente más de algún curioso se sumó a sus
filas. Agitaban sus brazos, gritaban vítores que habían escuchado en los
noticieros. Eran una mala reproducción de las manisfestaciones capitalinas.
- ESMERALDA 581!!, ESMERALDA 581!!, ESMERALDA 581!!
Una de ellas oteó a sus espaldas para encontrarse con un contingente
cercano a la centena de personas, todas gritando la misma consigna. Sus ojos se
enardecieron, en vez de apaciguar a la muchedumbre arengaba con más fuerza y
hacía unos extraños ademanes, su propia versión de las labores que creía debía
ejercer un director de orquesta.
- ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!,
ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!, ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!, ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!,
ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!, ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!, ESMERALDA
581!!!!!!!!!!!!, ESMERALDA 581!!!!!!!!!!!!
La turba adquiría dimensiones dantescas, se nutría de un modo
exponencial, alimentando a su vez el mismo grito ensordecedor y al unísono:
Esmeralda 581.
Para cuando llegaron a la casa del loco Sanfuentes, las fuerzas
policiales habían rodeado el lugar, sin saber a ciencia cierta que era lo que
tenían que resguardar. Lo más cierto es que de no poner orden mediante, vidas
humanas estarían en riesgo.
Palos iban y palos venían, el guanaco mojaba, la gente corría, el grito
constante y los quiltros mordían a quien tuviera la guardia baja, el aire se
puso denso, cítrico y difícil de aguantar.
Desde dentro de su casa el loco Sanfuentes trataba de explicarse que
sucedía en las afueras, sin mucho éxito, hasta que vislumbró la rojiza
cabellera de la Chica.
Meneando la cabeza en señal de disgusto dijo en voz alta: - Viejas
jetonas, les dije que llegaran antes de almuerzo para evitar problemas.
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