- Insisto, no parece haber nada anormal en su
conducta, sus procesos cognitivos ni en un habilidades sensoriales y motoras.
Los análisis son concluyentes, señor Matamala.
- Los análisis son falibles, mi querido
Doctor, eso Ud. lo sabe. No calzo con la sociedad, no me siento parte de ella.
Le agradecería encarecidamente si pudiera permitirme una estancia de dos o tres
semanas en las dependencias del Hospital. – Explicaba Matamala, ya casi con
desesperación.
- Señor Matamala, no puedo hacer tal cosa. El
reglamento es estricto, no está permitido recibir a pacientes que no
justifiquen su calidad de tales luego de aplicar las pruebas. Ud. está sano,
puede hacer una vida normal perfectamente, sería una exageración recluirlo. –
Señalaba el Doctor Estévez con total parsimonia, intercalando entre sus
palabras algunas fumadas de su pipa. Mucha distinción en sus ademanes, mucha
clase en su estampa.
- Doctor, se lo ruego, por favor. – Suplicaba Matamala.
- No hay nada que hacer. Vaya a su casa,
descanse, disfrute de su tiempo libre y tómese todo con calma. No cometa ninguna
locura que haga a los policías pensar que debe estar aquí, Ud está sano mi
amigo. – Agregó Estévez a concluyendo así la entrevista. Levantándose de su
mullido sillón de médico psiquiatra dio unas palmaditas en la espalda a
Matamala y le abrió la puerta mientras simultáneamente agitaba su mano en señal
de despedida.
Matamala siguió las instrucciones. Matamala
recuperó su vida. Matamala recuperó a su familia. Matamala recuperó la
felicidad.
Nada de eso hubiera sucedido si Estévez no
hubiera mentido sobre los resultados de las pruebas.
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