Investigar y aprender fueron las motivaciones primarias que dieron
motor a que me interesa por esta área, el saber de dominio, el saber por saber.
De a poco y gradualmente, a través de encuentro casi fortuitos con el sentido
de la vida, fui dándome cuenta de que en realidad esta gente; tan alejada del
vertiginoso ritmo citadino y contemporáneo, no busca ni ostenta el saber por el
saber. Su saber está ligado a cambiar su mundo y su ambiente, a tener una mejor
calidad de vida aplicando su conocimiento y sus capacidades cognitivas en
servicio de sí mismos, pero sobre todo del otro.
Siempre bajo la regla de oro: Ama a tu prójimo, como a ti mismo.
Así fue, que hace muchos años, cuando aún era joven y no tenía fama ni
dinero, que algún día los tuve, llegué a ese pequeño pueblo. Cercano a
Dinteles, pero más apartado hacia la costa.
Me encontré allí, de noche, sin dinero. Con la guitarra cansada y algo
perdido. Decidí que alojar en ese lugar era la mejor opción que tenía.
Pregunté en todo sitio acerca de cual era la mejor opción para pasar la
noche y la respuesta fue la misma: Donde Ño Morales. Fui al sitio donde vivía
Ño Morales, me acerqué a su hostería.
Una hostería modesta, rodeada de yuyos y de zarzamoras. La pintura
desgastada y como siempre, un par de galgos a la entrada.
El lugar estaba lleno de gente, dentro de su pequeña capacidad. Las
alojadas a la Virgen serían pronto y eso implicaba que muchos estudiosos
querían ver, grabar y preguntar todo lo relativo a tal festividad. Yo venía de
vuelta, de estar estudiando en otros lugares, las alojadas eran algo para mí
conocido y querido. De guaina que las había visto y perdí, inclusive, la cuenta
de a cuantas asistí. Pregunté a Ño Morales si es que había una habitación para
mí. La pregunta le complicó, pero al cabo de dos minutos me dijo que sí. Nos
sentamos a beber uno de grano, caliente en esa noche tan gélida. Sobre una
pequeñita mesa de noche que había en la cocina.
Ño Morales me planteó que tenía algún compromiso que cumplir, que no me
preocupara. La gente del segundo piso estaba solo de paso y su estadía no
incluía pensión de ningún tipo, no obstante, yo podía quedarme en el primer
piso, en su habitación. El volvería durante la mañana siguiente, a eso de las
siete de la mañana, quizá antes. Que no me preocupara dijo. Me dejó una tetera
sobre el brasero. Un paquete de velas, un poco de agua en un lavatorio, una
caja de fósforos y un par de frazadas, por si hacía falta.
Nos despedimos y me acosté.
A medianoche sentí un hambre enorme y recordé que en el estuche de la
encordada tenía un pan y un tarro con manjar. Tomé aquello y me dirigí a la
cocina a buscar un cuchillo y un abrelatas para poder juntar los ingredientes.
Choqué con un biombo, biombo que no estaba antes de irme a dormir. Prendí una
vela, la llevaba en el bolsillo, pero no la quise prender antes. Allí estaba,
en la diminuta mesita de noche que en la cocina había, nada menos que Ño
Morales.
Apagué mi vela y me devolví a la habitación, no quería despertarlo.
Me costó dormir, no comprendí bien la situación. Pero finalmente el
sueño fue más fuerte.
A la siguiente mañana Ño Morales estaba vestido con sus mejores ropas.
Tenía el desayuno listo y fue a invitarme a comer con él. Me dijo que en su
compromiso le había ido bien. Con esas escuetas palabras cerró el tema. No
quise decirle que durante la noche le vi incómodo y torcido sobre la mesa,
pasando quizá frío. Su nobleza de campesino y de hombre de la tierra guió su
acto y se comportó como el mejor anfitrión, pero sobre todo, como un ser humano
virtuoso y sabio.
Desde ese día, decidí entregar mi corazón al terruño y su gente. Desde
entonces, mi canto fue lo que fue.
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