Elegir flores es un arte. Las hay de los más diversos colores, tamaños,
aromas e intensidades. Pensó que sería buena idea llevarle un ramo surtido con
el que pudiera expresar lo que por ella sentía.
Escogió cinco efluvios olorosos, uno de cada color, con sumo cuidado.
Una roja, una amarilla, una blanca, una morada y como no, una rosa. Fue muy
meticuloso en su elección. Invirtió en ello más de dos horas.
La florista quedó impactada por la dedicación que tomó en el gesto.
A continuación el hombre se afanó en elegir cinco claveles. Con la
misma parsimonia fue descartando los que no le parecían suficientemente
hermosos o que no tenían mérito para celebrar a su amada.
Y así, fue sumando peonías, asfódelos, lirios, petunias, girasoles. Si no hubiera sido porque tenían que cerrar, aún estaría allí.
Armó un ramo hermoso y nutrido con mucho cariño.
Decidió ir caminando al departamento en el que ella vivía, pero a
medida que avanzaba, recordaba. Cada evento dudoso, cada capítulo triste, cada
emoción aniquilada por una decisión absurda de su parte. Y la decepción inundó
su hidalgo corazón, progresivamente.
Le pareció que las flores eran demasiado para ella. ¿Frágiles e
inocentes flores en manos de ella? No le pareció correcto. Ninguna de ellas
podría simbolizar lo que sentía por ella, pues toda flor es bella.
Se acercó a una muchacha que estaba sentada en la banqueta y le regaló
el ramillete, aquélla niña respondió con la más hermosa sonrisa que puede haber
sobre la tierra.
Siguió rumbo al departamento, mal que mal, tenía que recuperar algunas cosas que dejó olvidadas cuando ella decidió romperle el corazón.
Siguió rumbo al departamento, mal que mal, tenía que recuperar algunas cosas que dejó olvidadas cuando ella decidió romperle el corazón.
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