Una a una, debía escucharlas todas. Con su sabida ansiedad y
compulsión por realizar las tareas que le encomendaban preparó un termo de té y
se sentó con los auriculares puestos a oír todas las composiciones.
Llevaba poco más de la mitad cuando una le perturbó.
Era del todo desagradable y no respondía a ningún formato,
criterio o lógica.
Si el diablo hubiese tenido voz, sin duda su sonido sería el
de aquel registro.
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