Lo más probable es que la inestable luz de las velas haya
provocado una ilusión óptica. El viento soplaba fuerte y a pie enjuto era claro
que se había colado por alguna rendija.
Continuó con su trinar y su entonación.
Se dio tiempo para hacer varios floreos y cuando dirigió
su vista al bebé, aunque era imposible, creyó por unos fugaces segundos haberle
visto abrir los ojos.
Seguramente era su imaginación.
La hora era avanzada, había bebido más de alguna caña de
vino y el trayecto había sido largo. Como pudo terminó el verso, en la
penumbra.
Para su fortuna la memoria no falló. Se puso de pie, se
persignó de frente al niño y de espalda a los compungidos auditores y en
silencio hizo una plegaria sin pensárselo mucho.
Al dar la espalda al pequeño, escuchó que le daba las
gracias por su canto.
Dio media vuelta y el rostro enjuto y pálido del niño
escuetamente le sonrió.
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