Ese día fue, por fin, feliz.
Llevaba dos meses o quizá un poco
más fuera de casa, pues su padre le había echado a la calle al saber que había
dejado embarazada a Luz; quien solo tenía dieciséis, había vagado por las
calles sin rumbo fijo. Los padres de la niña no le dejaban acercarse y empezó a
poner en práctica los pocos, pero geniales talentos que tenía.
Armó o mejor dicho improvisó algunas actuaciones en
público con una guitarra prestada. La afinó quien sabe como y la combinó con
una armónica (aprendió a tocarla en menos de tres días), puso un banquillo en
la plaza y se lanzó con todos los blues que conocía, de un tirón. A veces podía
estar casi tres horas tocando sin parar. Se detenía cuando necesitaba ir al
baño o cuando ya no sentía las manos producto del frío.
A nadie le importaba su rostro cubierto casi por
completo, su abrigo o su aspecto desaliñado y descuidado. No le miraban
demasiado, solamente le escuchaban. Llegó un buen día en que ese amigo
entrañable necesitó usar su instrumento y se quedó de brazos cruzados por un
par de semanas, hasta que una noche se metió al departamento por una de las
ventanas y en total oscuridad nos dijo con mucha alegría que su vida cambiaría
pronto.
No sabíamos de que hablaba, estábamos discutiendo
que podíamos comer con las pocas monedas que nos quedaban y si podríamos
aguantar seguir duchándonos con agua helada. No pudimos comprenderle en ese
momento.
Habrá pasado medio mes cuando llegó un enorme
paquete a su nombre. Fue donde el vecino para pedirle enchufar un alargador, a
toda prisa y jadeando comenzó a romper el empaque. Un Fender Champion y una
Gibson Les Paul Goldtop. Afinó a la velocidad del rayo y cantó The Thrill Is
Gone del gran B.B.
- Seremos la mejor banda del mundo - Sentenció al acabar su interpretación. Así comenzó la historia.
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