Me picaban los ojos. Me picaban mucho, casi no podía ver bien de tanta
lágrima. Estornudos de cuando en cuando, pero no de los comunes. Eran
estrepitosos, acompañados de un horrible espasmo y de un chillido agudísimo que
tenía a mis oídos en caos. La cabeza se me abombaba.
Mi piel enrojecida, la cara con un picor desagradable en grado sumo.
Manchas en los brazos, de distintos tonos violetas y moráceos. La garganta
apretada no me permitía expresar en palabras mi sentir y mi dolor.
En un semáforo casi choqué cuando mi cuerpo decidió dar saltos sin mi
consentimiento en una lluvia de mucosidades. Unos 30 estornudos por minuto, que
me hicieron soltar el freno y pisar el acelerador por un momento en plena luz
roja.
La gente me evita cuando me ve así, no se puede entablar una
conversación conmigo en estas condiciones.
Hasta cierto punto estaba acostumbrado a esto, sabía que más temprano
que tarde mi cuerpo respondería así a ciertos estímulos del ambiente.
Y es que cuando uno es alérgico sabe que cosas le provocan este tipo de
reacciones en el cuerpo. En ocasiones son alimentos, para otras personas los
medicamentos, para los menos afortunados algún perfume de su agrado, algunos
doctores me han contado que hasta hay personas que son alérgicas a sus propias
parejas o hijos.
En mi caso tengo claro lo que me produce escozor, y es algo que
encuentro en todo lugar. Por ello es que en lo médico me tienen casi
deshauciado, debo resignarme a la hinchazón en la epidermis, a tener las
conjuntivas sensibles.
Soy alérgico a la mentira, a la mala intención, a la negligencia
intencionada. Al pensamiento limitado.
Espero que la medicina siga trabajando, espero que hayan avances. No
para curar mi alergia, si no para curar otras enfermedades que a mí me provocan
la mía.
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