
Así
lo hicimos, hace unas cuantas horas…Aún sin explicarme como llegué la misma
esquina en la que espero el transporte que me lleve a casa cada vez que de ella
salgo -¿soy tan predecible?- saco un cigarrillo y lo enciendo en medio de la
noche, de la nada que se dibuja tras las sombras en esa calle.
Un
sujeto desde la lejanía intenta decirme algo, parece querer esbozar alguna
palabra imposible para mí de descifrar. Cae al suelo repentinamente, estaba
notoriamente borracho.
Miro
el espectáculo tratando de no conmoverme, oigo un frenazo brusco y al girar mi
cabeza para observar hacia el origen del sonido encuentro un rostro decidido
que me mira fijamente.
-
¿Dónde vas, flaco?
Respondo
con lujo de detalles, villa, calle, pasaje y corroboro si me llevaría por la
tarifa normal.
-
Súbete flaco, este barrio es peligroso a esta hora. ¿No te importa si paso pa’
otro lado antes, verdad?
Asiento
con la cabeza, no existía otra opción, si le decía que no el pacto podía
cambiar, inclusive podría haber tenido que bajarme en un lugar más peligroso,
cargado del peligro que suscitan los sitios desconocidos, las experiencias
nuevas, lo inesperado.
El
chofer conoce la ciudad, sabe lo que hace. Pasamos dos calles y el colectivo
está lleno.
-¿Las
señoritas van a las Norte?
-No,
siga derecho.
Responden
con desconfianza, casi con violencia por haber sentido ultrajante la
interrogativa. Son de un barrio bajo, estaban “trabajando”, entregando su alma,
vida y espíritu temporalmente a cualquiera. Se ganan el sustento con el sexo
sin amor, con lágrimas, con humillaciones, con dificultades.
Discuten
sobre un asunto inteligible, en sus términos y lenguaje que solo ellas dominan.
Error,
el chofer las mira por el retrovisor con atención. Entiende lo que traman y me
dirige una mirada de reojo de vez en cuando con un rostro interrogante. Su
expresión me dice pon atención, para mira y escucha.
Finalmente
las mujeres bajan. Somos nuevamente el chofer y yo.
-
Esas minas son cochinas, de aonde que van a estar en un restaurant a esta hora.
Nadie come a esta hora salvo los universitarios, ero Uds. van a los carritos.
Esas son maracas po, ta diciendo.
Cada
recodo de ciudad recorrido parecía darle más confianza. Me analizaba,
preguntaba, observaba, daba consejos.
Hubo
un largo silencio, creo que esperaba que por un instante fuese yo el que
llevara la dinámica de la conversación, pero no suelo hacer eso.
-¿Flaco,
que estudiai?
Esa
pregunta me resulta funesta y trágica, la evito.
-
Tenis cara de ser bueno pa’ pensar. Pero no eris ingeniero, ni médico, ni…
Toma
una pausa para ver si puede pasar con luz roja.
-
Ya sé, estudiai algo con letras.
Respiro
profundamente y le digo –Psicología
-Viste
guacho, nunca fallo.
El
preámbulo típico, luego se vienen las preguntas sobre que es correcto decir
ante tal o cual test, que si uno está loco, que la hija de la prima de la
vecina tiene problemas en el colegio.
Error
de nuevo.
El
rumbo de mi transporte parece cambiar.
-
Vamos a ir a buscar a alguien más flaco, a esta hora sale de su pega.
Llegamos
a un lugar donde no hay esquinas, las cuadras están dispuestas en triángulos
casi al azar. El sujeto sube y, según parece, duerme.
Luego
de un prolongado y tenso silencio le avisa el chofer.
–
Jefe, acá se baja Ud.
Da
una vuelta en 180° con una habilidad sublime, me dice que me irá a dejar pero a
un par de cuadras de casa.
-
Flaco, tenis que aprovechar que eris joven. No te metai en leseras. Yo estuve
15 años metido en la pasta. Nací acá po, me fui a la capital a buscar mejores
opciones, pa’ darle de comer a mis cabros.
Arregla
el espejo retrovisor.
-
Allá es otra cosa, todo el mundo le hace y el que no la vende. Yo te digo, yo
llevé políticos, futbolistas, actores, gente de la tele, periodistas, músicos.
Sobretodo en la noche, siempre he trabajado de noche. La noche es brava, trabajaba
en ese hotel pituco que hay pal barrio alto. En ese mismo ambiente conocí la
droga, taba al alcance de todos, hasta de pendejos chicos.
Saca
una fruta de la guantera y la muerde.
-
Me quitaba la ansiedad y me hacía sentir mejor, ahora flaco, la fruta. Comer
sano. Perdí mis hijos, mi señora, mi empresa,…tenía 7 autos y dos minibuses.
Parece
conmoverse.
-
¿Tú creis que cuando tay metido en esa custión alguien te ayuda? Y después
¿alguien se acuerda pa tenderte la mano? No po. No tengo amigos y no quiero
tenerlos, no a ese precio, soy yo y nadie más, no confío en cualquiera; en mí
no más.
Se
sube un poco las mangas y surge una herida, por su forma sugiere haber sido
hecha por un cuchillo.
-Ahora
toy limpio, ya no necesito eso. Antes se me dormían las manos con la
abstinencia, tenía que pegarme unos jales po. Ahora puedo ver a un loco fumando
hierba o haciendo cualquier cosa y me da lo mismo, soy como el Ave Fénix,
renací de las cenizas, de la mierda.
Remata
su relato con una sonora mordida que parece reverberar dentro del automóvil.
-
Flaco, me caíste bien, te voy a dejar a tu casa mejor, a esta hora la cosa es
peligrosa.
Arribamos,
me despido del sujeto, me extiende su inmensa y peluda mano.
Dice
– Un gusto conocerte flaco, cuídate.
Me
bajo, el colectivo se va raudamente.
Siento
que en media hora de viaje he aprendido mucho, casi lo mismo que en cinco años
dentro de un aula.
Error último, pensar que de las cosas más simples
no se puede aprender.
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