Dieron unos pasos más y se detuvo
para leer la siguiente etiqueta.
- Cedro de Monterrey…
Hizo lo mismo, nuevamente.
- Cedro de Monterrey…
Sabía que todos los árboles eran
iguales, pero quería comprobar cómo reaccionaría ella ante la reiteración del
estímulo.
- Cedro de Monterrey…
Repitió, ahora con más énfasis y
exagerando cada sílaba, a la usanza de los antiguos poetas provenzales y los
juglares modernos. Unos pasos más allá ella reía. En ese momento sintió que la
amaba.
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