Nunca le había dicho que posara.
A ella le encantaba posar y ser retratada, pero nunca aprobó alguna foto que hubiera tomado él.
Claro, a él le parecía que la gente debe pasar a la posteridad en una
imagen mostrando, honestamente, su personalidad. Por eso le tomaba fotos a escondidas,
cada vez que podía.
Mientras miraba televisión, cocinando, durmiendo, cuando se quedaba atrapada
observando desde el balcón del quinto piso a la nada, cuando leía, esperando el
autobús, almorzando, especialmente cuando ella revisaba el celular. Centenas de fotos, a diario.
Tiempo después, un par de meses después de que ella diera por
concluida su relación dando como excusa el aburrimiento, se encontró con un
vasto grupo de efigies olvidadas. En todas su rostro era de fastidio, de tedio, de odio incluso.
Esa era ella.
Esa era ella en la realidad.
¿Cómo había sido tan ciego?
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