Decidieron compartir un
cigarrillo entre los tres para matar el tiempo.
Un gesto de hastío y resignación
les embargó al darse cuenta de que era el último. A duras penas lograban pasárselo
por entre la rejilla y los barrotes a los que estaba adosada sin quemarse los
dedos.
Era una completa paradoja ver el
mapa de ese país, que ahora desconocían, dibujado en la cajetilla. Una burla
colosal resultaba la estrella blanca en el centro del cartón desgastado y leer el
nombre de la marca: Liberty.
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