Para ser un millonario en dólares la seguridad en ese edificio
era un chiste. Nada peor que un famoso tacaño.
Desactivar las cámaras fue un juego de niños y colarme allí
a poner los micrófonos presentó escaso desafío. Los guardias estaban más
preocupados de hablar despectivamente de sus conquistas que de hacer bien su
trabajo, esos tres gordos no me habrías visto ni el polvo si hubiesen tenido
que seguirme corriendo. Eso que iba con tacones.
Tuve tiempo de adelantar mucho trabajo.
Incluso me permití leer algunos versos de Salvatore Quasimodo
antes de irme del lugar.
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