Hasta que se adjudicó ese pijama de color naranjo
radio-activo no había experimentado a fondo la comodidad.
Llegó a casa y durmió las escasas horas que le resultaban
imprescindibles en medio de semanas creativas cuando se centraba en llevar a
papel sus ideas y transformarlas en novelas.
Ese calor, esa energía que sus dedos desprendían del teclado
las atribuyó de inmediato al efecto de sus nuevos hábitos, de esa genial
armadura que había encontrado en ese mercado ignoto. Tantas veces había evitado
esas vitrinas y escaparates.
No tenía idea de que, en la compañía de aquel cabalístico objeto
lograría terminar 37 obras; hoy, clásicos de la literatura.
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