- Dispara ahora – Le desafiaban.
- Muéstranos tus habilidades, maldito desgraciado – Le decía el más
enardecido de todos, uno de los portugueses sobrevivientes a la misión que le
había hecho famoso, mientras le pateaba sin contemplación.
- ¿Se te acabó la valentía Capitán? – Espetaba el que parecía ser el líder,
mientras le apagaba un cigarrillo en la palma de la mano derecha, misma que era
sujetada por dos de sus secuaces.
Le acuchillaron la mano de modo que quedara traspasada por la hoja de
acero, que a su vez servía de ancla y palanca. La sangre fluía lenta, pero
constantemente. Gota a gota iba cayendo sobre el piso de concreto de la sala
habilitada para torturas.
- Trata de disparar ahora, mal nacido – Exclamaba el portugués. El que
parecía el líder llevaba rato pensando con la vista perdida, los otros dos
reían a insistían en que el Capitán debía pagar sus “fechorías”.
- Toma, dispara, basura. Inténtalo – Señaló el portugués dándole su
pistola automática, a la par de algunas bofetadas y puñetazos que el Capitán no
eludió.
Puso el arma en su mano a la vez que le golpeaba el estómago con una manopla.
El Capitán se retorció de dolor, pero trató de incorporarse pronto.
Miró la Magnum Anaconda que el portugués le había entregado y sonrió.
Todo aviso de alarma fue tardío, toda señal de alerta inútil.
El Capitán, con la mano que le quedaba libre, acabó con cada uno de sus
captores. Un disparo certero en la cabeza de cada uno y le quedaron, incluso,
balas por usar.
Un detalle que tal vez ninguno de ellos manejaba era que El Capitán era
zurdo.
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