Llegaron al 415 y lo detuvieron. Me llamaron por el nuevo nombre que me
dieron, avisándome de que luego del juicio abreviado que llevaron a cabo, le
habían encontrado culpable de suplantación, robo, traición a la Patria y otros
varios cargos.
Me hicieron pasar a una sala oscura donde lo tenían sentado. A su
alcance había una katana samurai, similar a la mía, una copia realizada con
poco cuidado y notoriamente sin conocer a cabalidad la confección de estos
finos instrumentos, ni el arte que los envuelve.
Me senté, le miré a los ojos, pero no había nada detrás. No parecía
humano, no parecía un ser vivo, no obstante; respiraba.
Le tenían esposado (supuestamente), sin embargo, tomó la katana y trató
de herirme en un descuido.
Su técnica era deficiente.
Reaccioné, desenfundé y separé su cabeza de ese cuerpo desgastado con
un corte limpio y preciso.
LA CABEZA habló mientras rodaba por el suelo.
Dijo: - ¿Qué importa que recuperes tu identidad si tu familia ya no
sabe quién eres?
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