Todo lo que produzca un sonido me atrae, me incita a tratar de
descubrir como funciona y finalmente hacer canciones con él. Sobre todo me
resultan interesantes los instrumentos raros. Entre menos personas los
entiendan y los toquen, mejor. Un artefacto musical o un estilo demasiado
masivo merman inmediatamente mi interés.
Conozco afinaciones rarísimas, escalas en desuso, ¿Acordes con más de cuatro notas? ¡Me
encantan!
La música ha estado ligada a mis experiencias de vida desde siempre,
desde antes de nacer, desde antes de que alguien pensara en mi nacimiento.
Soy, que duda cabe, un ser en esencia musical.
Tengo miles de horas de música almacenadas en mi cabeza, letras de
tantas canciones que a veces yo mismo me sorprendo cantando un tema que ni
siquiera sabía que sabía.
Datos curiosos y trivias que para otros son inentendibles e
inconcebibles de retener, abundan en mis recuerdos. Mi memoria es infalible en
esa área.
Soy lo que podría decirse un especialista.
Hay discos que me resultan un placer total. Hay canciones que tienen un
efecto inmediato en mi estado de ánimo tan solo escuchar su acorde inicial. No
obstante, no se malentienda lo que quiero explicar, no logro enlazar una
melodía particular a algún evento biográfico. Nunca logré entender a mi abuelo
cuando cantaba un tango cebollero casi al extremo del suicidio y me decía “Cuando
seas mayor me vas a entender”. Me fui poniendo mayor y conociendo esas cosas
que según los adultos uno no logra descifrar siendo niño… Pero la situación con
respecto a la música no cambiaba. Para mí una composición era eso, nada más.
Una melodía que te dan o no ganas de oír en cierto momento.
“Esta canción me recuerda cuando pololeaba con tu mamá”, “Este disco
estaba de moda cuando cumplí 18”, “¿Te
acuerdas que esto se bailaba cuándo estábamos en el colegio” Que tiempos esos”,
“Ese Long Play me lo compré cuando llegué a vivir a Parral”, “Cante esa tonada
que le gustaba al Nino”.
No podría, creía yo, establecer un vínculo entre una canción y un evento
biográfico, personal, íntimo o como quiera llamarse.
No podría, creía yo, ver una imagen del pasado a través de los oídos.
No obstante, ahora me doy cuenta de que mi mente está comenzando a
operar de otros modos. Exile On the Main Street, otrora un disco querídisimo,
ahora tiene un salto. Me es imposible oír Loving Cup sin pensar en que hubiera
sido si...
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