Llegué a la Casona.
Diómedes estaba parado estorbando la entrada
de todo mundo. Miraba hacia el cielo como si estuviera observando una ópera o
una película de cine arte del siglo pasado. Se movía y participaba del
espectáculo, agitaba los brazos como si fuera un barrista de estadio alentando
al equipo de SUS_A_MO_RES .
Me tenté y me puse a su lado a mirar hacia
arriba.
Hizo un ademán aprobatorio con la cabeza, sin
decir nada.
Serú Girán sonaba en la lontananza.
(Todo el
mundo puede ver un camino para recorrer).
No vi nada.
Diómedes con sus manos me indicaba que
esperara, que había que tener paciencia. Forcé la vista y nada. Quizá era el
Sol que con su poderoso manto había eclipsado mis ojos.
A él parecía gustarle lo que sucedía en el
cielo, aunque siempre me costó entenderlo admiraba enormemente su creatividad y
su modo de ver, en los detalles, mundos completos.
(Todo el
mundo puede ser un camino para crecer).
En cuanto a estilo, pensaba que estaba por
debajo de él. Fue una conversación que tuvimos hace mucho tiempo la que me hizo
darme cuenta de que nadie podía reinterpretar el mundo como él. Antes de que lo
diagnosticaran, antes de que dejara de escribir todos éramos conscientes de su
genio. El resto de nosotros o le copiaba a el u otro.
(Con tu
cara de jarrón y tu mundo hecho de clichés).
Era algo que sucedía a menudo, cosas o ritos
naturales para él se transformaban en una fuente de inspiración para los
muchachos. Cuando comenzaron a llegar los demás ni siquiera me di cuenta en que
momento se formó ese grupo tan grande. Algunos pasaban y seguían de largo,
otros se quedaban un rato y se aburrían algotros como nosotros nos quedamos
toda la mañana detrás de Diómedes. Director de la muda orquesta seguía efectuando
sus coreografías hacia la cortina azul.
Queríamos sentir algo como lo que sentía él.
(Tengo
la esperanza de encontrar un sonido).
Pasó la hora del almuerzo y traté de acercarme
para preguntarle que era lo que disfrutaba tanto, nos íbamos a quedar sin comer
si no nos apurábamos. Si cerraban La Picá, el hambre en el estómago o en el
bolsillo serían las únicas alternativas.
No pude preguntar…
Cuando me puse a su lado extendió una mano en
alto, apuntó a una coordenada imprecisa en medio de dos nubes y luego me miró.
Con sus expresivos ojo, Diómedes me invitó a mirar ese inexacto punto.
Forcé la mirada y nada vi…
Bajó su brazo con gran fuerza y me dio un
soberbio manotazo en plena nuca. Las carcajadas salían de todo poro de su
cuerpo.
Se fue corriendo a toda velocidad y no le
vimos hasta dos días después.
(Te imaginas el lamento de la gente y su manual).
(Te imaginas el lamento de la gente y su manual).
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