Se cercioró de que nadie la siguiera dando varias vueltas en el
interior del recinto. Nadie venía tras ella, cosa extraña. En este tipo de
misiones usualmente tardaba un tiempo en deshacerse de potenciales captores. Se
metió al baño y de su pequeño bolso sacó ropa limpia para cambiarse.
Debía ponerse en marcha y volar al departamento. Hoy estaba de
aniversario y era muy probable que su marido llegara más temprano del trabajo.
En el auto puso algo de Schubert para relajarse. Nada raro en el
retrovisor, nada extraño con el tránsito. El viaje fue sospechosamente tranquilo
y quedo.
Subió por las escaleras.
El mecánico que reparaba ese añoso ascensor estaba por allí limpiando
algo que parecía aceite. La saludó, corroborando que no era el mismo hombre que
se presentaba todos los Viernes allí.
Estela se puso alerta e introdujo su mano en su pequeña y femenina
cartera. El revólver estaba heladísimo.
Subió piso a piso hasta su hogar.
Se acercó a la puerta y apoyó su oreja en ella. Ningún ruido. La chapa
no había sido forzada, nada le pareció raro.
Sintió en la espalda que le apuntaban.
Se quedó quieta y siguió las órdenes del sujeto que salió del ascensor.
Cogió las llaves de dentro de su cartera, pero las dejó caer simulando estar
presa de sus nervios.
El sujeto ahora se le mostraba de frente, se habían topado en más de
una ocasión pero por primera vez tan de cerca.
Si estaba allí seguramente habría muertes.
El hombre le sonrió y se agachó a recoger el llavero.
Estela le disparó con la mano dentro de la cartera.
El silenciador era un excelente amigo.
Debía deshacerse pronto del cadáver, su marido no tardaba en llegar.
Tenía a lo sumo 15 minutos.
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