Solía tomarse un tiempo para
asimilarlo.
Ella le daba el último beso, de los
muchos que se darían por quien sabe cuánto. Él se bajaba del jeep. Y se quedaba
mirándola por el vidrio. Sin mirarle vuelta, ella encendía el motor y se iba a
toda velocidad. Como si fuera un día más, como si no fuera una despedida, como
si se fueran a ver en casa para almorzar como cualquier día de los previos,
como si por la tarde se juntaran en el cine para ver una película.
A ella le complicaban las despedidas,
más de una vez le dijo que no sabía cómo enfrentarlas.
A él le quedaba un viaje largo, aún.
No era al llegar al aeropuerto, no
era pedir ayuda para hacer el chequeo, no era al pasar por migración, ni
siquiera al abordar el avión, tampoco al bajarse del mismo o al subirse al
transfer o al llegar a su hogar, a países de distancia.
Se le rompía el corazón cuando veía
al pequeño y ágil jeep rojo borrándose en el horizonte.
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