Al encender la televisión no le
prestó atención en modo alguno.
El eterno problema de encontrar dos
zapatos compañeros sin necesidad de dar vuelta todo bajo la cama le tenía distraída.
Era una paradoja que, a pesar de su arriesgado trabajo, fuera en la comodidad
de su casa que se le rompieran las medias y se hiriera la piel de las manos con
una frecuencia de día por medio.
Entre más quisiera ponerse cierto
calzado era inversamente proporcional la posibilidad de encontrarlo.
Cavilaba sobre eso cuando escuchó
el nombre real de su mentor, el Capitán, seguido de todos los detalles morbosos
que incluían los titulares cuando de un asesinato se trataba.
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