Viendo el abrigo colgado allí, Tina pensó en probárselo.
Era obvio que a Tristán le quedaba demasiado apretado, quizá
desfilando un poco podría mostrarle lo bien que le sentaba. Ese abrigo le
encantaba, por los colores, el corte, las texturas y por lo cálido que era. Tristán
jamás accedió a cambiárselo o venderlo.
Le encantaba.
Solo se comparaba a las chalecas que su fallecida madre le
tejía cuando pequeña.
Estaba posando para nadie cuando sintió el bulto en el
bolsillo, una cinta de grabación sin rótulo.
Aunque le causó un poco de extrañeza, pues ese tipo de cinta
en particular no debía salir del estudio, la devolvió a su lugar. Cierta
incomodidad la invadió cuando la curiosidad por saber que contenía la atacó.
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