Cada Miércoles pedía lo mismo: una paila de huevos revueltos
con un par de rebanadas de pan de molde bien tostado, un jugo de naranja y un té
de caramelo. Leía el periódico de atrás hacia adelante y al llegar a la portada
volvía al final para revisar su horóscopo y resolver los sudokus.
Abría el pequeño estuche que siempre traía y sacaba una
guitarra chiquita y chillona de cuatro cuerdas. Nunca grabé sus composiciones,
me conformaba con oírlas así, sin editar, siempre era una sorpresa el como iban
a sonar después.
Era agradecido, a cambio de reservarle la mejor mesa y encargarme
de que nadie le molestara me regalaba sus discos autografiados, algunos libros
y la última vez que lo vi me obsequió la guitarrita. Aunque habían pasado años
de esta rutina recién allí vine a saber que se llamaba ukelele.
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