Leyó en un periódico que Dwight David “Ike” Eisenhower,
trigésimo cuarto presidente de los Estados Unidos, tenía un método infalible
para superar su mal genio. Escribía en un papel el nombre de los sujetos a
quienes iban dirigidos sus impulsos más oscuros y siniestros, luego de ello
rompía con ira desmesuradas la hoja destinada a su catarsis.
Gracias a ello pudo cultivar ese espíritu moderado y sobrio
propio de los líderes.
Decidió hacer lo mismo.
Tomó una hoja tamaño A4 y la atiborró con los motes que
había inventado para cada uno de sus archi-enemigos. Poco a poco el pliego se
transformó en más tinta que folio. La dej
ó secar mientras maldecía en todos los
idiomas que dominaba, la puso dentro de un tarro de lata y la quemó con un
fósforo de esos grandes para encender velas.
No hubo resultado.
Mientras olía el humo que desprendía el pequeño incendio
sentía que les odiaba aún más.
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