Lo ignoré.
Lo ignoré.
Lo ignoré.
No fue posible seguir ignorándolo…
Alargué el brazo y contesté sin moverme de mi
cómoda posición en el lecho.
La conversación duró quien sabe cuanto, por el
tono de su voz el tema parecía importante.
Alargué el otro brazo y escribí en mi muñeca:
Acuérdate de llamar.
Perfecto, pero ¿a quién?
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