Con cincuenta y tres años de trayectoria era el más antiguo de los
empleados de la empresa. Diplomas, llaveros, lapiceras, galvanos, relojes, en
fin, todo tipo de reconocimientos repletaban su casa.
Su vigor no era el mismo, de hecho, médicamente había sido declarado
muerto hace veinte años; pero necesitaba el dinero.
Su labor era muy simple, impedir que las resmas de papel de las
impresoras del pasillo se desparramaran. En su silla de ruedas era el mejor
pisapapeles humano que la organización hubiera contratado.
Su trabajo le enorgullecía muchísimo.
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