El viejo, con ese halo de majestuosa
sabiduría, estaba preparando la garganta para comenzar la exposición y luego
leer los poemas que traía.
El público asistente, juvenil y
admirador de su obra, estaba atento al más mínimo esbozo de palabra que fuera a
salir de su boca. Vieuxtemps, advirtiendo aquello, se puso a hacer mímicas con
excelso histrionismo; en el fondo de la sala el encargado de la mesa de amplificación
movía perillas, miraba al expositor y volvía a mover perillas y palancas en el
aparato sin que nada se oyera. Desesperado envió a su asistente a revisar el
micrófono. Todo en orden. El aprendiz hizo varias señales al ingeniero de sonido,
como tratando de buscar una explicación al fingido desperfecto.
Tardaron varios minutos, eternos y
metronómicos, en dar en cuenta de que era una broma del poeta. Una vez resuelto
el “problema” el viejo lanzó una gran carcajada. Solo unos pocos de los asistentes
se dieron cuenta de la situación.
Como el volumen estaba alto y saturado,
la risa de Vieuxtemps retumbó en la sala con la más lúgubre resonancia. Luego
de estremecer a todos y dejarlos sumidos casi por completo en el más
espeluznante de los miedos, saludó a la concurrencia con excesiva parsimonia y
cortesía en los modales. Cuando quería usar del protocolo el vetusto sujeto era
una seda: atractivo, cautivante y con un magnetismo especial que sabía manejar
a voluntad.
De más está decir que, aún a su edad,
era un éxito con las mujeres cuando se lo proponía.
Aunque en realidad no le interesaba
estar allí en lo más mínimo, ni le importaba hacer una charla para un montón de
mocosos que seguramente (según él) no pondrían atención alguna a su discurso y
que, salvo excepciones, tampoco entenderían la intensidad y el compromiso que
tenía ante la literatura, se comportó bastante bien. La invitación, para bien o
para mal, había sido ya aceptada y a esta altura era mejor enfrentarla con buen
ánimo.
Se imaginó a los ávidos estudiantes de
bachillerato, literatura y humanidades, desnudos. Una pequeña rubia de
chasquilla, de ojos grandes como de conejo y que parecía usar su mochila como
escudo, le pareció una carnada exquisita. Se preguntó como le iría si tratara
de llevarla a la cama.
Pensando en eso, Vieuxtemps no pudo
aguantar la risa.
Llenó un vaso azul y elegante que había
en la mesa con el agua que había en un jarro igualmente elegante, pero que no
hacía juego en lo más mínimo con todo lo demás. En su interior sintió el
impulso irrefrenable de decirle a los organizadores que la falsa ostentación era
una característica que detestaba, por estar presente en todos los colegas a los
que odiaba con irreversible fervor.
No obstante, la mirada de su sobrina
Bianca le hizo recomponerse, eso y el agua mineral sin gas algo tibia que tenía
a su alcance.
Era ella quien le había invitado, su
única pariente cercana a esa altura. Siendo sincero, la única persona en el
mundo que aguantaba sus pataletas de hombre mañoso y quien se preocupaba de él
como un ser humano a pesar de su carácter tan difícil de llevar.
Bianca tenía muchas expectativas y le
había dejado en claro que quería que se manejara ese día con compostura, pues
había mucho en juego.
Se calmó, le guiñó un ojo a la chica de
chasquilla; en ese momento una espectadora más, y comenzó a hablar de su
generación, de cómo se dio cuenta de que le gustaba escribir, de lo mucho que
respetaba la inspiración, de sus musas y de varios otros temas que darían
contexto suficiente al más lego de los interlocutores para estar al tanto de lo
que se venía cuando leyera sus poemas.
Puso a desfilar uno a uno a los
escritores de los que sentía alguna influencia directa e indirecta. Se puso en
los zapatos de los muchachos y les señaló las lecturas imprescindibles (las
prescindibles también) para entender el contexto bio-psico-social de su grupo
de referencia.
Lució a cabalidad su capacidad de
síntesis en esa tarea.
Los cuadernos y libretas casi ardían en
llamas producto del roce de los lápices con el papel en que, vertiginosamente,
la multitud anotaba sus recomendaciones, observaciones y opiniones.
Se tomó una pausa.
Llenó el vaso azul con agua
transparente, lo miró a través de la luz de uno de los focos que estaba
orientado hacia él y lo bebió como un sediento energúmeno.
Hizo algún comentario humorístico que
fue muy bien recibido por su público y, de reojo, miró a Bianca primero y a la
chica de chasquilla después. Bianca parecía muy relajada y complacida con su
amabilidad y carisma. Por su parte, la chica de chasquilla estaba sumergida en
lo que parecía enamoramiento.
De un viejo bolso de cuero gris, sacó
un bloc de hojas cuadriculadas prepicadas donde escribía a mano sus obras.
Siempre que podía pasaba nuevas copias en limpio, a veces no le parecía bien lo
escrito hace años y no reprimía las ganas de destruirlo o de hacer una bolita
para luego lanzársela a algún asistente ruidoso y/o molesto.
Hojeó y ojeó el bloc hasta llegar a su
poema favorito, que otrora le diera el privilegio de superar a todos los
colegas que le miraban por sobre el hombro en un histórico concurso de
literatura juvenil.
Siempre que lo leía era un renacer.
Dio a conocer el título (“4 bisiestos y
366 de bastos”) e inmediatemente los oyentes se acomodaron en sus asientos mirándose
entre sí con agitación.
Se lanzó a leer, a interpretar y a
saborear cada palabra que constituía esa pieza clave del acervo poético y
cultural de la angosta faja de tierra donde había nacido. Iba llegando a la
mitad cuando desde un punto indeterminado del auditorio alguien gritaba cada
ciertos intervalos: ¡Soberbio!,
¡Maestro!, ¡Grande!, ¡Inigualable! y otros diversos adjetivos de
admiración.
Bianca estaba nerviosa, conocía mucho a
su tío como para saber que si había algo que le disgustara en grado sumo era
que le interrumpieran la inspiración en un lectura y más encima lo adularan
públicamente.
Vieuxtemps, trató de hacer caso omiso,
pero…
¡Magnífico!
…seguir el hilo…
¡Extraordinario!
…se le hacía difícil…
¡Descomunal!
a esa altura.
¡Genial!
Terminó ese poema y guardó silencio
durante un breve lapso. En el aplauso bebió pequeños sorbos de agua tratando de
identificar de que butaca exacta provenían esos sobajeos de lomo y esa
condescencia casi burlesca. El foco en sus ojos y la penumbra del otro lado no
le ayudaron en demasía. Decidió terminar abruptamente la charla. Era mejor eso
y aducir que quería compartir con el alumnado unos momentos, antes que mandar
todo (Bianca quizá incluida) al carajo. Para mayor lamentación la chica de
chasquilla había migrado del lugar hacía mucho rato.
Hizo el cierre de la sesión y se mezcló
entre la gente.
Compartieron un vino de honor en las
afueras del auditorio-sala en que se había llevado a cabo el (mal logrado)
evento.
No se olvidaba de que le habían
molestado sobremanera esos gritos enloquecidos desde la tribuna y a pesar de
que Bianca le pidió las pertinentes disculpas, en un tono lo más sumiso
posible, seguía rumiando el asunto.
Comenzaba a sentirse muy a gusto entre
los noveles estudiantes, cuando se le acercó un muchacho con el rostro
demacrado, un pito de marihuana en la boca, el cabello sucio, largo y opaco, y
un aliento a alcohol bebido por varios días consecutivos.
Sin pedir permiso lo rodeó con un
brazo, invadiendo su espacio íntimo; y apartó a Bianca con la extremidad que le
quedó libre.
Luego le extendió la mano, diciendo:
- Maestro, soy una amigo poeta que lo
admira mucho. Yo era quien estaba gritando adentro.-
La explosión interna de Vieuxtemps
superó todo umbral, el viejo ardía en rabia, la ira lo encegueció y dejó sordo
por segundos eternos. No iba a tolerar este tipo de “manifestaciones”.
Mirando la mano extendida del muchacho,
la escupió con todas sus fuerzas.
Cinco dedos y palma llenos de una
asquerosa viscosidad que no sería fácil de quitar u olvidar.
- Yo no soy tu maestro, tú no eres
nadie. Y a mis amigos los escojo yo.-
Fueron las últimas palabras públicas
del poeta antes de que se perdiera noticia de su paradero, antes de que se
transformara en mito por desaparecer de la faz de la Tierra en misteriosas
circunstancias que hasta el día de hoy se investigan.
Mucho tiempo antes de que su legendaria
pluma cobrara vida por su extraño estilo y extravagancia.
Mucho antes de que se hubieran
recopilado todas estas piezas sueltas que jamás vieron la luz pemaneciendo en
cajones por años y de que me pidieran realizar un prólogo de esta obra.
Mucho antes de que mi colega y amiga
Bianca Correa me pidiera escribir, con la más sagrada tinta, una reseña de la
figura y obra poética de su tío; poniéndome en una difícil encrucijada que no
puedo resolver sin evocar el más importante recuerdo que permanece fresco
cuando al Maestro se refiere, este que se ha marcado a fuego (y saliva) en mi
memoria.
No puedo resumir la vida de Felipe
Vieuxtemps Correa de una manera sincera sin poner esta anécdota al alcance de
todos sus lectores, antes de que el implacable olvido se la lleve como casi, por
desgano de las editoriales; se lo quiso llevar a él.
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