
Estaba nerviosa, cualquier niña de siete años lo estaría ante tal
ajetreo. Pero yo no entendía nada, la gente con sus gestos me confundía aún
más.
Tuve miedo, me puse ansiosa y sentía el estómago a la altura de la
cabeza y vice-versa. Sentía cosquillas por todos lados, alguien dejó un papel
en la mesa donde decía que se me abriría un mundo nuevo, es preciso decir que
así fue.
Todo listo…
De repente colocaron un computador portátil frente a mí. Vi a mi madre
hacer mímicas en la pantalla muy emocionada. ¿Tendría que llorar yo también?
Tomé mi muñeca, Juana la cubana, y la apreté muy fuerte.
Alguien había olvidado apretar algún botón.
Cuando se encendió la máquina, casi automáticamente lloré. Lloré como
nunca lo había hecho, haciendo ruidos ajenos, oyendo voces, sintiendo el
estruendo del corazón al palpitar.
La operación fue todo un éxito.
Por primera vez pude oír a mi madre decir mi nombre.
Por primera vez pude oír a mi madre decir mi nombre.
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