No nos dimos cuenta, pensamos que
estaba payaseando, como siempre. Era su forma de afrontar los nervios, cantaba
con una voz ridículamente aguda o hacía su imitación de “Elvis espástico”, como
él decía.
Estábamos instalando el audio,
cuando apareció con su Telecaster roída, sin previo aviso y media hora antes de
lo previsto. Traía una chaqueta con pequeñas piezas de cristal, brillaba como
si un par de soles hubiesen decidido bailar tap. Con cada paso que daba sonaba
como si un grupo de percusión cubano estuviera disfrutando de la más sabrosa
salsa.
Temimos que se tropezara con
algún cable o las herramientas desparramadas en el piso, por lo que el equipo
tomó como prioridad enfocarse en eso. En menos de un minuto estábamos todos en
cuclillas haciendo nuestras cosas mientras él se paró frente al atril y empezó
a manipular los micrófonos.
¿Qué pasó? No tengo idea. Solo
vine a advertir que había problemas cuando vi las chispas en su atuendo,
prácticamente cubierto en llamas. No logré acercarme hasta que ya estuvo
desmayado en el suelo. El golpe, seco, sin reacción de ningún tipo. Le cubrí
con mi cotona y logré apagar las llamaradas. Todo se cubrió de un humo
blanquecino.
Después de eso tengo lagunas, no
recuerdo nada, ni siquiera como o con quien llegué al hospital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario