Habíamos terminado las audiciones para encontrar un sustituto. Creíamos tener al elegido y decidimos ir a comer algo al tugurio al que siempre íbamos. En cuanto estuvimos en la mesa, lo sentimos. Nos observaban, pero no con la euforia de siempre. Esta vez era como si todos esos putos sintieran lástima de nosotros. No hubo gritos, no hubo quinceañeras lanzándose sobre nosotros, ruidos o felicitaciones. Nadie pidió una foto. El ambiente se sentía denso, tétrico. Nadie entendía esa mierda…
Por fin, una de las meseras
encendió el televisor. La cámara recorría una habitación de hospital. En el
plano abierto se veía el Fender Azul que me ganó apostando. Los titulares
decían que Gantz estaba muerto…
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