Tema de reflexión, a nivel
personal, ha sido para mí la relación especial que se forja entre Maestro y
Aprendiz, por lo que en el último tiempo me he dedicado a preguntar a colegas
Payadores, Cantores a lo Divino, Narradores y Poetas Populares que sé han
aprendido de tal manera, acerca de como fue que comenzaron a darse cuenta que
estaban recibiendo conocimientos por esa vía. Y, obviamente, tomando como
informante a mi principal referente, a mi propio Maestro, Alfonso Rubio.
De las muchas acepciones que nos
proporciona la Real Academia de la Lengua Española, será empleada como
conceptualización del término maestro a aquella: “Persona que enseña una ciencia, arte u oficio, o tiene título para hacerlo”,
quedando claro que para constituirse como tal debe generar una relación con
respecto a un aprendiz, siendo este definido por la misma fuente de consulta
como: “Persona que aprende algún arte u oficio”.
La pregunta que cabe, luego de
plantear este marco es, ¿Cómo se enseña (y/o aprende) esta ciencia, arte u
oficio en el caso específico del Canto a lo Poeta? Seguramente existirán tantas
respuestas a esta pregunta como cultores hay, aún cuando existen ciertos puntos
en común que se consideran para evaluar si un aprendiz está bien encaminado.
¿Qué es lo más importante de
enseñar para el Maestro y de aprender para el Aprendiz?
Alfonso Rubio, uno de los últimos
cultores naturales de la comuna de Pirque, proveniente de una familia con al
menos cinco generaciones de cantores a lo poeta, defensor del guitarrón chileno
y su ejecución me dijo en una de las primeras visitas que le hice, a fines del
año 2011: Yo quizá no le voy a enseñar más música de la que Ud. sabe, quizá Ud.
se aprenda más versos que yo. Lo que le puedo aportar es la identidad, la
tradición. Poner los dedos, eso se lo puede enseñar cualquiera. El amor por la
raíz, eso no se lo puede enseñar cualquiera.

En mis escarceos por este largo,
pausado y amplio camino que es aprender los toquíos, melodías y conocer el
significado de esta centenaria herencia, me acerqué a Audilio Reyes, quien
recibió instrucción del mismísimo Juan de Dios Reyes, su tío, patriarca del
guitarrón chileno y precursor de la enseñanza del instrumento en la comuna de
Pirque y sus alrededores. Le pregunté en una vigilia realizada con ocasión de
la Semana Santa, el año 2013, en el sector Las Parcelas de Pirque: ¿Qué se
necesita para ser un buen cantor?, su respuesta fue escueta, pero precisa:
Tiene Ud. que abrir harto la boca, cantar fuerte y ser sinvergüenza.
Conociéndole con mayor profundidad
y poniendo atención a sus observaciones comprendí que lo que proponía era una
correcta modulación, un volumen adecuado y crear un espacio de intimidad con
los oyentes de su canto.
En similar situación y ante la
misma interrogante Pedro Tapia, Cantor a lo Divino residente en la comuna de El
Pedernal, Chincolco, V Región, referente para los cultores de la zona por su inigualable
capacidad creativa de melodías en guitarra traspuesta y su amplio repertorio de
versos, los cuales “compone” en su memoria, señaló: Da lo mismo si Ud. canta
feo, si es desafinado, o no sabe muchas melodías. Ud. le canta a la Virgen,
olvídese de la gente, que vienen y van, cuando se le canta a Diosito, él es
siempre agradecido.
Con un énfasis mucho más marcado en
cuanto a lo devocional y a la fe, denota sus motivaciones hacia las temáticas,
“fundamentos” o “puntos” del Antiguo Testamento y del contexto en que nos
encontrábamos, la Fiesta del Carmen de El Tebal, en Salamanca. Cabe hacer aquí
la observación de que dicha celebración, a la cual acudo desde el año 2014, es
de un marcado protocolo; con estrictas reglas en cuanto a las ruedas de canto,
los fundamentos a cantar y su orden. Tanto los cantores más experimentados,
como Rosendo Vargas, anfitrión de la Fiesta y miembro de una familia donde
dicha tradición ha permanecido por casi dos siglos, son los encargados de
mantener la esencia y estructura formal de esta alojada.
En el mismo lugar, pero un par de
años más tarde, Domingo “Chuma” Fierro, Cantor a lo Divino de El Sandial, Guangualí;
me explicaba mientras compartíamos un consomé entre verso y verso: Los más
chicos (su hijo Manuel y su nieto Sebastián) han ido aprendiendo mirando y
escuchando, esto siempre ha estado en la familia. A cantar se aprende cantando,
cantando se aprende a cantar. Por ahí uno aconseja no más.
En el Encuentro Nacional de
Cantores a lo Divino de Loica, que tuvo lugar en Enero del presente año en las
cercanías de San Pedro de Melipilla tuvimos, como es costumbre, un extenso
diálogo con Arnoldo Madariaga Encina, padre de Arnoldo Madariaga López y abuelo
de Emma Madariaga, referentes del Canto a lo Divino provenientes de Chacarilla,
en cercanías de Cartagena. Aproveché la ocasión para preguntarle ¿Cómo fue
aprendiendo todas esas cosas que sabe? Su respuesta fue la siguiente: “Puedo
cachiporrearme de haber compartido con antiguos muy sabios. Yo era preguntón
igual que Ud. y cuando los viejos veían que uno usaba lo que le
enseñaban…Hablaban de Salomón, me aprendía un verso por Salomón o ahí mismo
escribía uno, ahí iban dando más. Por eso converso con Ud., siendo tan joven me
pregunta cosas que no me pregunta nadie y es importante que quiera aprender. Yo
no soy egoísta porque nadie lo fue conmigo.
Faltan, sin duda, investigaciones
acerca de esta relación tan única y especial como es la de Maestro – Aprendiz
para lograr describirla y descifrarla mejor, haciéndola más visible y
otorgándole el sitial que merece. En palabras de Luis “Chincolito” Ortúzar
(citado en Rippes Salas, 2018): No hay ninguna rama que de una raíz no venga,
ninguna, y hay muchos de estos que a los viejos los miran en menos. Incluso,
una persona dijo una vez, un cantor “No, si los viejos deben dar el paso al
lado para darle cabida a los jóvenes”.
Personalmente, siento que no hay
forma de imbuirse en el Canto a lo Poeta que sea honesta, íntegra y con visión
de miras, donde, tarde o temprano, no exista la labor dedicada de un maestro en
relación en el trabajo de un pupilo.
Inclusive, puedo asegurar que las
cosas más bellas, poéticas, significativas y motivantes que he vivido en mi
proceso de aprender no han surgido dentro de los cuatro muros de un aula, ni se
han escrito en una pizarra como tarea para la casa. Han aparecido en el
compartir, en el cantar en una rueda, en viajes, en invitaciones a almorzar, a
reunirse en torno a un fogón un mate o un vaso de vino, con la forma de una
reflexión, de una tonada, una cueca, una copla o una décima improvisada.
Tal como antiguamente se formaba a
los maestros se siguen, hoy, formando.