Cuando una fotografía llega a mis manos trato de hacer el ejercicio de
meterme en la mente de los que en ella aparecen. Me encanta analizar la
composición, la textura, los colores y otros aspectos de la postal en sí, pero
me resulta más placentero observar la dinámica social interna donde se enmarca
la interacción de los protagonistas que aparecen en la estampa.
En pequeños mercados y ferias, en ocasiones adquiero estampas de
personas desconocidas para el mundo. Esos olvidados por la historia son mi
principal deleite. Este fin de semana tuve más tiempo de recorrer y, por ello,
logré hacerme propietario de una cantidad considerable de ellas.
Me sedujo inmediatamente una instantánea a modo de marcalibros, fechada
hace exactamente 51 años.
Todo sugiere que es una serie tomada por una cámara automática, de esas
que funcionaban con monedas, en el contexto de un matrimonio.
Aparece en ella una pareja de aproximadamente treinta años, ambos de similar
estatura. Aunque sus cuerpos solo se aprecian desde la zona del pecho hacia
arriba, la vista sugiere que el sujeto masculino es atlético y fuerte, tal vez
haya sido deportista. Viste una camisa blanca y una corbata listada cuyo color
original es difícil de adivinar dado lo desteñido del papel. Probablemente haya
sido roja, anaranjada o amarilla. No me caben dudas de que era un color cálido.
En las tres imágenes que acompañan la serie mira directo a la lente. En
la vista superior está mostrando una lengua larga, invasiva que esculpe casi
una ofensa en el aire. Sus ojos son vivaces y el arco de las cejas le otorga un
carácter festivo y seguro.
En la segunda solamente sonríe y parece un poco más relajado. Su gesto
es de disfrute pleno, se “deja querer”.
La tercera es una sólida carcajada, los pliegues de su vestidura sugieren
que estaba con las manos en alto en señal de triunfo, no obstante, sus brazos
quedan fuera de encuadre. El izquierdo por no estar las fotos centradas y el
derecho queda cubierto por el cuerpo de la mujer que le acompaña, quien permanece
abrazada al hombre con una cercanía que sugiere una relación romántica.
La mujer es muy elegante, vivaz, feliz. Aún cuando su vestimenta es
rigurosamente negra, transmite mucha energía y paz. Lleva un vestido negro con
tirantes y sobre el mismo una transparencia azabache muy coqueta, que deja
descubierta gran parte de su hombro y cuello.
Sus carnes son generosas y despliegan gran voluptuosidad. Lleva el pelo
tomado con una cola simple, que permite ver su frente noble y lo hermoso de la
forma de su cabeza.
En el primer recuadro no mira directamente al objetivo, aunque está de
frente a el.
Su vista está unos cinco o diez grados más abajo. Podría interpretarse
como que se está cerciorando del buen funcionamiento de la máquina. Su mano
derecha se posa sobre el pecho de su consorte, es un poco rechocha e infantil,
mano y antebrazo son un continuo donde la muñeca no es demasiado evidente. Las
uñas están pintadas de un burdeo muy sobrio. Saca la lengua con timidez, un
poco incómoda; el gesto no es natural para ella.
En el segundo cuadro mira directo al objetivo con una sensualidad
inusitada, girando la cabeza en la dirección hacia donde está el cuerpo de su
pareja, mirando a la cámara de reojo, pero desafiante. Le está besando la
mejilla a su hombre con gran picardía, lo que recuerda al gesto de un piloto de
carreras, un tenista o el capitán de una escuadra de fútbol al darle el
esperado arrumaco a la copa tan ansiada.
Dicho giro permite ver sus aros (en realidad solo el derecho), un
colorido círculo con motivos geométricos. Seguramente un mandala, su brillo es
metálico e hipnotizante. El nuevo ángulo aclara los motivos de su
transparencia, son flores de lis y estrellas de seis puntas. Su brazo derecho
sube hasta el hombro de su acompañante, lo que proyecta cierto dominio, o
sensación de posesión. Si tuviera que titular el segundo cuadro su nombre sería:
“Él es mío”.
En la tercera instantánea ríe con una carcajada perfectamente
simétrica, su ojo izquierdo está oculto tras la mejilla del sujeto a quien
permanece aferrada, en cambio se puede observar lo estiloso de las líneas de su
cuello con mayor amplitud.
Su mano se relaja un poco y permanece justo donde termina el nudo de la
corbata de él en actitud de contención o consuelo. De las tres impresiones que
contiene la fotografía, en esta es donde más cercanos se encuentran tanto sus
rostros como sus cuerpos.
El fondo es negro, no obstante el flash deja un halo luminoso sobre la
mujer en todas las postales, lo que emula a una aureola de santidad o a un
tocado español del siglo XIX.
Sospecho que ella era la dominante en su relación, por la posición que
toma su brazo derecho en cada grabado; que parece ser la batuta del cuadro
definitivo esbozado.
La piel morena tostada de la chica y sus atuendos oscuros contrastan
con la blancura de la tez del joven y su indumentaria.
Juntos parecen un amoroso Ying-Yang.
No hay que ser un experto para darse cuenta que se amaban mucho.
Desería saber si alguno de ellos está vivo aún.
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