Jugábamos a las manitas calientes con ambos niños, ellos muchísimo más
hábiles que yo. Mi manos rojas les hacían reír muchísimo.
Ella: - Si te duele, reconócelo y dilo. De a poco dolerá menos.
Él: - Si no quieres seguir jugando está bien.
Ella: - Si quieres seguir jugando tienes que saber que puede dolerte
mucho más, además somos niños y nuestra forma de sentir el dolor es
transitoria. A los adultos las cosas les duelen por más tiempo.
Les oigo, les miro y me sorprende su capacidad de reflexión y sus
formas de pensar. A mis hijos los admiro mucho.
Me levanto del piso, donde estaba sentado. Alrededor hay mucho agua y
parecemos no estar a salvo. Los niños siguen jugando mientras yo trato de
orientarme y averiguar donde estamos. El olor es pútrido, en esta isla han
pasado muchas cosas malas que ni siquiera dimensionar puedo; tendremos que
explorar en busca de rasgos de humanidad presentes o pasados.
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